Mis primeras veces siempre fueron catastróficas. Mi primer beso, mi primer cigarrillo, mi primer novio, mi primera copa de sidra, mi primer piercing (el único que luego me hicieron sacar, por algo lo de catastrófico). Siempre me sentí muy presionada respecto a esto de "desafiar la autoridad". Dejar el lado seguro para caminar por la fina cornisa, decidir tu propia vida y que sea lo que Dios quiera. En la vida, por lo menos en la mía, siempre tuve el típico ángel en mi hombro izquierdo, y el típico demonio en mi hombro derecho. Uno alentándome a seguir el camino estereotipado, planificado, pero seguro, y el otro seduciendome a tomar mis propias decisiones, dejarme llevar y abrir la puerta de un mundo arriesgado. Sus roles se confundían, el ángel no siempre fue el bueno, y en demonio no siempre estuvo errado. Ese es el dilema de mis primeras veces, de mis experiencias al crecer. Siempre tuve dos bandos que me decían que estaba bien, y que estaba mal, ninguno fue suficientemente fuerte como para convencerme, y ninguno fue demasiado débil como para no influir sobre mi. La mayoría de las veces tuve a alguien que decida mis movidas, cuando el juego lo jugaba yo sola. Nunca tuve un poder de desición lo suficientemente fuerte como para hacer las cosas y después no arrepentirme, no pedir perdón, no pensar en el que dirán. Y llego el momento de frenar esta situación, de empezar a tomar mis propias decisiones para ser feliz. Simplemente
f e l i z. Dejar que el bien o el mal colectivo NO influyan, lo que es bueno para algunos es malo para otros. Crear tu propio bien & mal, hacer funcionar tu albedrío de manera personal, no funcionar en base a una biblia o a consejos caseros. Hoy es el día en el que me asomo a la ventana y grito SOY FELÍ, SOY FELÍ
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